La selección, para James Rodríguez, es un amor pasional, deseado, sin traiciones. Lo demuestra en cada partido. Sus clubes siempre, frente al reto de usar la camiseta nacional, quedan en segundo plano.
Al llegar, con sus toques a la pelota, discontinuos, efectivos y distinguidos, reafirma su influencia en la propuesta del técnico Lorenzo y en el estado anímico de sus compañeros, con impacto ambiental en el estadio, intimidante frente a los adversarios, e influyente en los resultados.
Contrasta su presente con el declive de Falcao por los años. Se apaga su vena goleadora con menos ruido en su futbol, aunque su imagen, en la memoria de quienes lo consideran un ídolo, sigue inalterable.
Falcao el chico bueno, con maestría en sus goles, de comportamiento impecable.
Ruido a tope con Luis Diaz, Jhon Arias, Miguel Borja y otros tantos, quienes elevan la temperatura con sus actuaciones en el exterior, exponiendo su calidad, fortaleciendo el optimismo de la selección frente a la Copa América.
La diferencia con el futbol nacional, que solo resalta con individualidades indiscutidas, como Darwin Quintero(Pereira), Carlos Bacca(Junior), Yeison Guzmán(Tolima), Dayro Moreno y James Aguirre(Once Caldas) y Bocanegra con Holgado(América).
En contra, los árbitros con sus conciertos de pito y su autoritarismo, que manipulan con sus acciones ascensos y descensos en la tabla (El caso de Equidad como víctima, es indignante).
¿Violencia? Tema recurrente hace décadas, sin solución por la falta de firmeza en las leyes que castigan, la ausencia de voluntad de los directivos y la indiferencia.
El show del futbol, hace tiempo está en otros escenarios, distintos a los estadios. Ojala esto lo entiendan los dirigentes en defensa del espectáculo, y la Ministra del deporte, tan populista desde su cargo.
El futbol que deseo no lo veo, a pesar de mi enfermiza adicción para seguirle la ruta al balón. ¿Lo ves tú? Me queda el aliento de ver el deslumbrante futbol inglés, como remedio semanal a mi impaciencia.